La pasajera cadáver

La botella vacía reposaba encima del banco frente a la vía. Rascaba su cabeza en un intento fallido de espantar los pensamientos –él nunca vendría-. ¡SÍ, VENDRÁ!

A veces sacudía los bajos de su vestido blanco, desgastado por el tiempo de demasiadas lunas pasadas. 

Danzaba, no mucho, procurando no desgastar los tacones –no vaya a ser que él vuelva y la encuentre así y ya no la quiera…- ¿CÓMO QUE NO? ¡POR SUPUESTO QUE SÍ!

Se asomaba sobre las vías; aquellas que parecían serpientes rojas llenas de óxido testigos de mil pies…de esos que nunca iban a por ella. ¡NO SE OLVIDARÁ!

Procuraba regar con saliva el ramo para que nunca decayera. No llorar, no reír. –que él la encontrara intacta como el primer día.- ¡PERFECTA!

Abría la maleta, sacaba las estampas de sus santos favoritos: los besaba, les hablaba, les suspiraba y suplicaba. ¡NO HACEN FALTA DIOSES CUANDO SE TIENE CERTEZA DE TODO!
 

“Que mi alimento son los sueños, que esos no valen dinero y nunca se acaban. Y, por supuesto, nadie me los podrá robar, que viendo cómo está el patio...”