La valentía de parecer fuerte

Llevaba mucho, mucho tiempo quizá, queriendo escribir esto. He perdido la cuenta de las veces que lo he pensado mirándome al espejo, las veces que lo he pensado al cabo de los días desde hace un año casi ya.

No creo que sea cierto que tu vida pasa por delante de tus ojos antes de morir. Creo que son cosas que se dicen porque nos gustaría ver los momentos felices antes de irnos a otro lugar. Quizás a ninguno. Quién sabe. Pero, lo que sí sé con certeza, es que tu vida –toda ella, con sus negros y blancos- pasa por tu cabeza cuando te pegan un guantazo de realidad, mientras te observas delante de un espejo, esperando a que la persona que ves cambie sus muecas, su cuerpo, su sentimiento, su todo.

Las noticias inesperadas son eso, que no se esperan y no estamos preparados en esta balsa de normalidad, que nos han tirado como quien echa una bolsa de patatas, que algo cambie repentinamente; y cuando se trata de tu propio cuerpo, el golpe aún es mayor. Parece que creemos a veces que como vivimos con ciertas comodidades, no puede pasarnos nada malo. Sería injusto culpar a nuestros padres, al sistema, a la educación, al profesor que te decía lo mucho que valías o el psicólogo que te animó a hacer lo que quisieras en la vida. “Todo te irá bien.”

Es una mentira. De las muchas que te dirán a lo largo de tu vida.
Nadie puede saber cómo será tu vida, si te irá bien o mal, porque depende del camino que elijas de los miles que te puedes encontrar, te irá mal o muy mal. Nos venden la felicidad como algo alcanzable, algo estable y bonito. En todos lados, empezando por la caja tonta, nos venden hasta los perfumes como un estado de éxtasis extremo y una armonía celestial. ¿En serio una mierda de bote con potingue líquido puede conseguir eso? ¡Venga, sí! Seguro que miles de esos botes esconden muchísimo sufrimiento, desde la persona que lo ha envasado, hasta el pobre animal con el que han experimentado sólo por capricho para saber si tu piel se necrosará o no.

No existe la felicidad duradera, sólo la momentánea, y dura muy muy poco.

Cuando te dicen que tienes una enfermedad, sea cual sea su índole, te empiezas a plantear qué has hecho en la vida para merecer eso. Pues no has hecho nada, sólo estar vivo. ¿Y si hubieras nacido ya así? No sé la respuesta a esa pregunta, pues nací sana al parecer. Luego, sin darme cuenta, llegaron la serie de catastróficas desdichas, buscadas o no, ese ha sido mi camino. No juzgo a nadie por los que han seguido otros, pero mi camino… ha sido una mierda.

Como decía, no estamos preparados para las noticias inesperadas, entrando en la obviedad de la propia palabra. Pero es una mierda lo que te cambia la vida, joder. Cambia tu visión de cómo ves a los que te rodean, las de ellos hacia ti. Cambia tu aspecto delante del espejo. A veces sientes que te marchitas y casi puedes ver cómo vas palideciendo. A veces sientes que te comes el mundo. A veces lloras de rabia, o escondes tus lágrimas con sonrisas que te fuerzas a tener para que los demás no vuelvan a verte como aquella persona triste o apática encerrada en sí misma y, de esa forma, que te devuelvan la sonrisa para aliviarte un poco. Es una manera un poco rebuscada de buscar la felicidad momentánea, pero es la más sana que conozco, puesto que no hay nadie que nos pueda servir de bufón. Excepto nosotros mismos y, en estos momentos, no te sirves ni para eso.
Cuando te dicen que estás enfermo/a, vienen muchas cosas más. No es sólo la noticia la que te patea, hay muchos sueños que se evaporan y mucha gente que se retira, que se cansa y se harta. Gente que no te entiende. Nunca te vas a sentir tan solo/a. Jamás. Aparecerá otra gente que te alegrará los días, los momentos raros. Gente que te apoyará, aunque no te entienda. Gente que no te apoye, aunque te entienda.

En ese momento, en ese preciso momento, cuando rompas la cáscara, lo más beneficioso que puedes hacer es empezar a conocerte desde dentro, a quererte un poquito más. La armadura que irás colocando tendrás que saber a conciencia dónde la pones, y de qué o quienes te defiendes.

No hay mensaje esperanzador, sólo queda tener la valentía cada día de querer levantarse en todos los sentidos y tirar de tu cuerpo, como si en ti habitara un hijo o hija tuyo al que tienes que cuidar y mimar todo lo posible y como si tu vida dependiera de ello, porque realmente depende ti. Quiérete, rodéate de felicidad momentánea que se extienda más allá de un horizonte lejano, sonríe, busca la felicidad en los pequeños detalles, en las cosas buenas que te rodeen, en las personas que te quieren. Búscalas. Y ellas volverán a ti.

Ten el coraje de ser aún más grande. 

Cada día mejor.




Para Laura M. y Esther G., entre otras. 
Os quiero. Mucho además.

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