Deja que te diga.

Volvía en días alternos y, como esos, hacía con mi cuerpo. Ya ni mío era más suyo que de cualquier otro. Él pensaba que era otro día más, que pagando con versos mal rimados (porque yo era la de la lírica) podría tener lo que deseaba. Soplaba humo a los oídos que se encontraba esperando ser correspondido -eso quería pensar-. Mientras me poseía jamás dejé de mirarle a los ojos -aunque él los cerrara-, jamás dejé de olerlo -aunque estuviera resfriada-, jamás dejé de acariciarlo -aunque me temblaran las manos o él las apartara-. 

"Déjame que te diga
que a veces no te sueño,
Te pienso, 
me sublevo a tu recuerdo.

Déjame que te diga
lo zorra que es la vida
y con ella, 
mi único deseo de sentirte dentro, 
en el fondo de estos momentos
en los que tú y yo somos uno.
Nadie más está invitado 
a este entierro;

el de morir por ti,
reventar por dentro."

Me repetía poemas destrozados en versos que nadie entendía, con el puro sentimiento de no poder repetirle nada más allá de lo prescrito. Mi condición de vida nunca le supuso una molestia, ni aunque estuviera abatida por el cansancio. A veces sólo me pedía que durmiera encima de su hombro y descansara, otras veces sólo me miraba en silencio y me contaba su diario de vida. Yo le miraba atontada, sin escucharle, observando las arrugas en su cara y sus gestos; memorizando cualquier movimiento absurdo que hiciera. Y siempre el mismo pago a la salida: el desprecio. Pero yo sólo recordaba los versos del principio, las caladas de mierda del principio -que me sabían a más allá de la gloria- que se desvanecían como humo en la tormenta. 

"Orgulloso de mierda.
Despreciable ser.
Ojalá te reviente todo.
Te odio.
Qué asco me das.
No me hables más.
No vengas más a verme.
Loco."

A pesar de repetir eso en mi cabeza en las noches alternadas seguía buscando esos recuerdos: a veces los buenos, a veces los malos: en pequeñas dosis para que nada fuera distinto a la realidad. Es esa magia que rodea a una persona a la que amas igual que la odias. Ese te odio pero lo besas, ese te quiero amargo amargado en su propia esencia que te arranca las entrañas. 

Seguían pasando los días y los fantasmas, todos me amaban con locura pero nadie pagaba con palabras tiernas y amargas. Jamás volvió, ni lo deseé... -mentira-. Me convertí en un fantasma como él quería, como los que están ahí aunque nadie les vea ni les sienta, pero se nota que respiran cuando cambia el aire de temperatura o gritan. 

"He destruido mi amor por ti."