Día 25 - Tarde

Hacía bastante tiempo que no volvían los extraños "okupas" que me rodean a veces. Debido a los recortes en sanidad de nuestro hijodeQuerido Mariano Rajoy en España, casi todos han echado la bomba de humo y a saber andandarán. Algunos me dejaron una nota, la más bonita la dejó William Shakespeare, perfumada con jazmines y escrita con una letra digna de una persona que ha ido a la escuela. ¡Qué menos! 
Me hizo gracia porque, aunque era maravillosa, tenía restos de barro. El pobre mío no se percató de lavarse las manos después de restregar los jazmines y luego escribirla. O quizás es que me mandó alguna indirecta para mi cutis. Pero no, no necesito exfoliación alguna.

Después de haber leído y guardado cada una de las misivas de despedida, me he encontrado hoy en una plaza sentado a Santiago Carrillo. Cigarro en mano, me miró con los ojos de sospecha (o que se estaba deslumbrando con la luz)y me ha dicho: "El capitalismo puede llegar a destruir a la especie humana." A buenas horas, compadre, está la cosa muy fatal.- Le he contestado sentándome a su lado. Se quitó las gafas y se limpió las lágrimas con un pañuelo de algodón y añadió: "Hoy creo en todo lo que creía a los veinte años y tengo, también en esencia, las mismas ilusiones de entonces, pienso que con mayor fundamento todavía. Me producen pena y decepción los que las han perdido."

Tú has ganado en la vida, has salido ileso.- le he respondido. Al ver que ya sonreía le he dado el más dulce de mis besos en la frente y con un "Adiós camarada" he proseguido en mis labores de buscar trabajo entre ésta mierda de humanidad.

Princesita republicana.

Extiende sus brazos hacia mí y me pide que la acurruque en mi pecho. Le aparto el flequillo y se lo escondo detrás de la orejita, como quien esconde un secreto para que se vea la realidad: que es preciosa. Le acaricio su carita y me sonríe. "¡Apenas pesas!", le digo mientras tengo que sacar más fuerzas de las entrañas para soportar su peso. Ella se ríe a carcajadas. Con la boca como los peces me babea la mejilla (en el idioma de los adultos los llamamos "besos", pero para ella son una muestra de un cariño extremo).

"Cuéntame un cuento, mamá", me pide con ojos entrecerrados. Le huelo el cuello, las manitas, se las beso y, por miles de segundos: amo cada centímetro de su piel morenita y suave. "A ver, mi niña, ¿de qué lo quieres esta noche?". Se le dibuja una sonrisa en la cara y me dice: "De princesas republicanas que trabajan de jornaleras, mamá!".

Se me escapa una carcajada y encajándola entre mis brazos le empiezo a contar su cuento preferido sin antes recordarle que tiene que dormirse, durante años.

Aún es demasiado pronto para despertar.