Voz de sangre

Consumió cada fase engendrando melancolía cada vez más acrecentada sólo para mirar sus ojos con luz siniestra y tan nítida que pensó que no podría soportarlo. Aturullaba cada sentido de su razón, aunque cada uno iba a doce mil kilómetros por segundo y en distancia de aquel lugar, llevándole del brazo de un cabo a otro sin opción a réplica ni queja. Se desprendía de los posibles ajuares que pudieran dejar a su juicio una eternidad de titubeos, pero de ningún modo se percataba de semejante acción. Dentelleaba jazmines entre los labios entornados en cariacontecidos gestos durante su pensamiento creaba poemas y prosas perennes que luego, al hacer frente al pliego, todo se tornaba en atezado.

“Me apena El Día que le teme a La Noche sin saber que éste será el mejor de sus compañeros, aunque nunca se mezclen sus luces.”

“Me asombra la manera en la que oscila la mente cuando se torna en inexperta sin razón aparente cuando percibe la fragancia que identifica tu camino.”

“Escribir, borrar,
Copiar y rectificar,
Trazar y tachar.
Así de nuevo
Empezar otro día,
Refutando la verdad
Construyendo mil frases
Que buscan huir
Entre el costillar
Ambiguo, dormido
Inquieto,
Lento pero despierto.
Con la manía de despertar
Y gritar la realidad que esconden
Las pulsaciones sin tiempo
De orden y llegada
A tus sábanas presa
Sin condiciones
Sin palabras
Sin salidas, pero sí entradas
A tu mazmorra oscura
De lúgubres pensamientos
De ira y miedo
Vergüenza.
Lesa a tus ojos
A tu boca
En esta habitación
Del pánico de locura
Ya maltrecha
Para posicionarme
Valiente, herida,
Presa
Ante ti y tus luces
Que reinventan formas
Quietas
Y murmullan
No te vayas

No te detengas.”

Jodida piedra, como tú.

"Seguirán creciendo piedras,
Afiladas cuchillas,
Piedras.
Y llenarán de ti mis zapatos
Pesadas, eternas, quietas.
Pero más firmes serán los pasos que me alejen de tu guerra,
Convirtiéndome en un loco que por pura inocencia
Ríe y sueña
Con despertar de una pieza,
Intacto,
Virgen de ausencias.
Sobreviviendo a las bestias que poblaron nuestras ruinas
Y que cambiaron rutina por cólera,
Olvido y traidora fiesta.
Mas seguirán creciendo piedras,
Afiladas cuchillas,
Piedras."


(Izal - La piedra invisible)




Para ti, áspero ripio que no se cansa de joderme los pasos.

El país de los idiotas

A medida que va pasando el tiempo, ves llegar de lejos a los idiotas que suele haber puestos casi al azar por toda la geografía terrestre. En la mayoría de los casos no es fácil divisarlos puesto que se esconden bastante bien. A veces entre sonrisas y otras veces entre muecas neutrales. El caso es que el idiota nivel pro, es el más difícil de reconocer, porque en las apariencias no suele estar el resultado del interior, de la mente. Un buen idiota de libro suele reconocerse en la primera frase, en sus preguntas, a veces incluso tiene mirada de idiota. Pero para que esto ocurra, tienes que tener el catalejo bastante bien limpio y afinado para que no se pueda confundir.

Cuando una persona te habla por encima del hombro, como si viera a un fantasma detrás de ti e intentara acojonarlo o reconocerlo: efectivamente, es idiota.

Cuando te pregunta cosas que te importan cuatro mierdas y que no vienen al caso: Efectivamente, es idiota.

Cuando una persona te habla como si no tuvieras ni puta idea de lo que te está hablando usando tecnicismos que ni la RAE conoce, y sólo los usas para impresionarte y que te quedes pensando “¿Qué coño ha dicho?”: Efectivamente, es idiota.

Cuando ves que esa persona actúa de una manera libertina, haciendo uso de sus pocas luces para humillar a las personas: Uff, ese es idiota perdido con GPS.

Cuando no para de contarte rollos que tampoco te importan o de hacer sandeces, alimentando las historias que te cuenta con cosas que te recuerdan a la película de sobremesa que viste ayer: ¡HUYE, ES IDIOTA!

El problema de esa lacra que cada día va en aumento, es que realmente no tienen un pasatiempo con el cual poder distraerse para no molestar al resto de los mortales que intentamos pasar sin pena ni gloria por el mundo, pero al menos tenemos unos cuantos quehaceres. A esos filósofos de vertedero habría que darles diez niños hiperactivos para que estuvieran entretenidos y no dieran tanto la tabarra.

Cuando ves que se ríe por chorradas de las que nadie hace caso: Es idiota.

Cuando repite las últimas frases del macho alfa de turno y a continuación suelta una risa estridente que tampoco viene al caso: Otro idiota.

Pero, ¿sabes cuáles son los peores de todos? Aquellos que actúan en contra de sus principios y valores (si es que en algún momento los tuvieron), los que se quejan de todo y no hacen absolutamente nada para solucionarlo, los que no paran de joder al personal con sus absurdos actos y tontas actuaciones.

Cuando son obreros machacados por unas condiciones laborales de auténtica mierda, que están asfixiados por la hipoteca o por un alquiler denigrante, por las deudas, que llevan no sé cuántos años en paro y se dedican a chupar de los demás como auténticas sanguijuelas, que llevan en listas de espera de la Seguridad Social meses y meses sin que les digan ni un “ya mismo te atendemos”. Estos mismos son los que se asustan de lanzarse al vacío y, pese a todo lo que están pasando, votan a la derecha: Eso, sí, efectivamente… son MUY IDIOTAS.


¡HUYE DE LOS IDIOTAS!

¡ESCRIBE!

“¡Que escribas!”

Esta frase me la han repetido muchas veces y cada vez que la escuchaba sentía que mi mente se bloqueaba. Sucede que todo tiene que llegar a su ritmo, no se puede forzar nada. Dejar que la inspiración llegue sola, y ya decides tú si le haces caso o la mandas a tomar por culo.

Como casi todas las noches, los pájaros me avisan de que se acerca el amanecer, siempre a las 5:30. Escucho sus cantares: - ¡Levanta, idiota! ¡Escribe!
Normalmente me quedo en la cama releyendo o viendo alguna serie desde el móvil para que me entre sueño, pero hoy no. Hoy he pegado un bote de ella pese a haberme tomado la medicación para dormir. Quizá debería de haberme quedado dando más vueltas por las sábanas, como quien busca la lentilla perdida. Pues no, hoy pegué un bote. Tenía la cabeza llena de historias, llena de parrafadas absurdas que me venían a la cabeza. Para mí absurdas, para las escritoras que me siguen seguramente sería lo más bello del mundo. 

Sé que puedo recitar poemas improvisados, o algunos famosos de memoria de Lorca o Neruda, o algunos de Manolo Chinato, que no es tan conocido, pero, ¡cómo escribe el tío!

Lo siento, no soy una escritora de belleza, más bien de contenedor. He tardado años en darme cuenta que lo mío no son los versos libres pese a saber que la libertad es lo mejor (o casi) del mundo. Lo mío no son las bellas historias narradas en un espacio real y temporal. Lo mío son las canalladas, hablar mal, decir tacos, cometer alguna falta de ortografía porque escribo con las prisas muchas veces y ni me fijo si puse una tilde bien o si la coma estaba en el sitio que tenía que estar. Perdón por haber tardado tanto tiempo en darme cuenta que los versos llenos de belleza improvisados los muerdo entre los dientes cuando veo algo bonito o voy escuchando música de cortarse las venas. Me niego a ser una persona triste de versos llenos de vida; como si fueran llevándose ellas mi alegría. Me quedo con los tacos, los insultos, la crudeza de mis vivencias o de las que me cuentan, o de las que sueño y deseo no despertarme para saber cómo acaban, por mucho que los pájaros me quieran levantar o el despertador suene a toda hostia despertando a medio barrio. Ay, este barrio de lunáticos. 

No es momento para hablar de él…aunque sí de locura. De la mía propia, concretamente. Que prefiero quedarme horas y horas mirando los ojos de mis perras o de mi gata y pensando lo mucho que las amo, lo mucho que amo el césped mojado en mis pies descalzos, o cocinar, oír música a toda leche con mis cascos con los ojos cerrados mientras se me clava mi propio vello. Me niego a escribir para los demás, total, no voy a ser famosa jamás ni lo pretendo. Siempre he escrito pensando que, por un casual, algún biznieto quería conocerme, iba a tener material suficiente como para decir: “-Joder, esta tía estaba loca.”.

¡Bendita locura que de males te guarda!

He estado años y años escribiendo lo que no me agradaba mucho para la aprobación de las personas importantes de mi vida. De hecho, algunas cosas las releo ahora y me da la risa. ¿En serio era así de parda?

“¡ESCRIBE!”



En serio, vete a la mierda.

Los pájaros no entienden de arte

No recuerdo qué música sonaba en mi coche, creo que sería del estilo de Linda Perry o Cowboy Junkies. Parada en el semáforo de una calle cualquiera, una tarde cualquiera, un día cualquiera; observé un escaparate donde el vidrio dejaba ver unos cuadros con precio rebajado. Reparé mis ojos en uno de un jarrón con margaritas con un pan y vino a sus lados; y pensé "Qué bien está hecho, parece de verdad". Son de estos pensamientos que salen solos y parece que a veces ocurre magia, puesto que al momento un gorrión se posó en el mármol del escaparate y miró el cuadro, e intentó picar encima del pan dibujado en varias ocasiones. Pensé "los pájaros no entienden de arte". Luego esperé a que se fuera por si se daba por vencido antes de romperse el pequeño pico insaciable. Me repetí esa última frase varias veces mentalmente, para concluir en que no, que no entienden de arte, puesto que ellos ya por sí solos lo son, y no necesitan nada más. 

A veces una intenta ser más de lo que ya es, sin parar a pensar en que ya somos quizás algo perfecto para otra especie, o para la misma.

Carta de amor

Carroñera incansable, madre de todos los vómitos habidos y por haber que la imaginación crea; despliegas tus alas negras sobre aquello que sembraste con la misma bondad que desprende tu nombre, ya tan marchito y tan quebrado que no queda escapatoria alguna excepto la de la difamación y la absoluta miseria pueril. 

Aparta de nosotros tu falsa luz, esperando que seamos lagartos que asoman a comer algo de energía y amor, pues somos tratados como míseras polillas fúnebres para tus escombros. 

No existe más odio que el que plantas con esmero, con despropósitos de sangre, nublando los significados bellos de nuestros nombres que, día a día, intentamos hacer ganarnos a pulso y actos. 

Canalla insaciable, miserable en arrullo de oro que has cosido para tu dote a los ojos de quienes te miran, pero no conocen tu interior. Mis espadas quedan intactas para lo que merezca el consuelo, que de tanto desvarío he llenado ríos intentando despojarme de tus golpes desde hace siglos. 

Engañan los oídos tu mente coloreando de viveza la oscuridad, mientras plagas los miles de arcoiris con sombras que tus neuronas caprichosas desean. La esclavitud se quedó quebrada entre tus dedos como pinceles secos que arrancan pieles con caricias, disimulando armonía y buena fe pero, lamentablemente para tu memoria, los llantos carecen de pena y las sonrisas de felicidad. 

No te pediré jamás que te vayas, porque mi sitio no está bajo tu manto de oscuridad y sufrimiento; me quedo a merced del viento y las estrellas aunque exploten sobre mi cabeza. 

Mi sitio no está a tu lado. 

Jamás lo ha estado.

La valentía de parecer fuerte

Llevaba mucho, mucho tiempo quizá, queriendo escribir esto. He perdido la cuenta de las veces que lo he pensado mirándome al espejo, las veces que lo he pensado al cabo de los días desde hace un año casi ya.

No creo que sea cierto que tu vida pasa por delante de tus ojos antes de morir. Creo que son cosas que se dicen porque nos gustaría ver los momentos felices antes de irnos a otro lugar. Quizás a ninguno. Quién sabe. Pero, lo que sí sé con certeza, es que tu vida –toda ella, con sus negros y blancos- pasa por tu cabeza cuando te pegan un guantazo de realidad, mientras te observas delante de un espejo, esperando a que la persona que ves cambie sus muecas, su cuerpo, su sentimiento, su todo.

Las noticias inesperadas son eso, que no se esperan y no estamos preparados en esta balsa de normalidad, que nos han tirado como quien echa una bolsa de patatas, que algo cambie repentinamente; y cuando se trata de tu propio cuerpo, el golpe aún es mayor. Parece que creemos a veces que como vivimos con ciertas comodidades, no puede pasarnos nada malo. Sería injusto culpar a nuestros padres, al sistema, a la educación, al profesor que te decía lo mucho que valías o el psicólogo que te animó a hacer lo que quisieras en la vida. “Todo te irá bien.”

Es una mentira. De las muchas que te dirán a lo largo de tu vida.
Nadie puede saber cómo será tu vida, si te irá bien o mal, porque depende del camino que elijas de los miles que te puedes encontrar, te irá mal o muy mal. Nos venden la felicidad como algo alcanzable, algo estable y bonito. En todos lados, empezando por la caja tonta, nos venden hasta los perfumes como un estado de éxtasis extremo y una armonía celestial. ¿En serio una mierda de bote con potingue líquido puede conseguir eso? ¡Venga, sí! Seguro que miles de esos botes esconden muchísimo sufrimiento, desde la persona que lo ha envasado, hasta el pobre animal con el que han experimentado sólo por capricho para saber si tu piel se necrosará o no.

No existe la felicidad duradera, sólo la momentánea, y dura muy muy poco.

Cuando te dicen que tienes una enfermedad, sea cual sea su índole, te empiezas a plantear qué has hecho en la vida para merecer eso. Pues no has hecho nada, sólo estar vivo. ¿Y si hubieras nacido ya así? No sé la respuesta a esa pregunta, pues nací sana al parecer. Luego, sin darme cuenta, llegaron la serie de catastróficas desdichas, buscadas o no, ese ha sido mi camino. No juzgo a nadie por los que han seguido otros, pero mi camino… ha sido una mierda.

Como decía, no estamos preparados para las noticias inesperadas, entrando en la obviedad de la propia palabra. Pero es una mierda lo que te cambia la vida, joder. Cambia tu visión de cómo ves a los que te rodean, las de ellos hacia ti. Cambia tu aspecto delante del espejo. A veces sientes que te marchitas y casi puedes ver cómo vas palideciendo. A veces sientes que te comes el mundo. A veces lloras de rabia, o escondes tus lágrimas con sonrisas que te fuerzas a tener para que los demás no vuelvan a verte como aquella persona triste o apática encerrada en sí misma y, de esa forma, que te devuelvan la sonrisa para aliviarte un poco. Es una manera un poco rebuscada de buscar la felicidad momentánea, pero es la más sana que conozco, puesto que no hay nadie que nos pueda servir de bufón. Excepto nosotros mismos y, en estos momentos, no te sirves ni para eso.
Cuando te dicen que estás enfermo/a, vienen muchas cosas más. No es sólo la noticia la que te patea, hay muchos sueños que se evaporan y mucha gente que se retira, que se cansa y se harta. Gente que no te entiende. Nunca te vas a sentir tan solo/a. Jamás. Aparecerá otra gente que te alegrará los días, los momentos raros. Gente que te apoyará, aunque no te entienda. Gente que no te apoye, aunque te entienda.

En ese momento, en ese preciso momento, cuando rompas la cáscara, lo más beneficioso que puedes hacer es empezar a conocerte desde dentro, a quererte un poquito más. La armadura que irás colocando tendrás que saber a conciencia dónde la pones, y de qué o quienes te defiendes.

No hay mensaje esperanzador, sólo queda tener la valentía cada día de querer levantarse en todos los sentidos y tirar de tu cuerpo, como si en ti habitara un hijo o hija tuyo al que tienes que cuidar y mimar todo lo posible y como si tu vida dependiera de ello, porque realmente depende ti. Quiérete, rodéate de felicidad momentánea que se extienda más allá de un horizonte lejano, sonríe, busca la felicidad en los pequeños detalles, en las cosas buenas que te rodeen, en las personas que te quieren. Búscalas. Y ellas volverán a ti.

Ten el coraje de ser aún más grande. 

Cada día mejor.




Para Laura M. y Esther G., entre otras. 
Os quiero. Mucho además.

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Cualquiera puede creer cualquier cosa que lea o vea. Tomamos la televisión o artículos de webs o simplemente de Facebook como algo veraz e inamovible. Pero cuando una mente tiene el poder de pensar, recordar, investigar, contrastar e informarse más allá de un simple comentario, tendrá el poder en su mano de debatir y discutir cualquier tema sin dejarse influir por las opiniones de necios o sabios. Porque sabio es aquel que no termina jamás de aprender y descubrir cosas por sí mismo, sino aquella persona inquieta que no da nada por sentado. Si no se tiene conciencia, no se pensará; por lo tanto no habrá inteligencia ni razón.