Ixodoideas

Cada cual es como es, no hay nada más que rascar cuando se llega a una determinada edad adulta o pseudo-adulta. No se puede esperar jamás que todas las personas que nos rodean actúen tal cual nos gustaría, ni tan siquiera como se les espera. Estos turistas emocionales son unos auténticos ninjas de la seducción: entras en su mundo, te aprisionan, te encandilan, te exprimen y luego adiós.

El parasitismo que llevan a cabo muchas de las personas que no rodean y nos van consumiendo poco a poco la energía o la vitalidad innata, son actos que pasan desapercibidos en muchas ocasiones y no estamos alertas puesto que van camuflados bastante bien en mentiras, cobardía y en palabritas de cariño.

Las personas que van de frente, por lo legal, no se dan cuenta de estas garrapatas emocionales pero, al ser descubiertas, extirparlas como a un tumor mortal es la mejor solución: Radicalmente, sin miramientos, sin mirar atrás y mucho menos dejar de nuevo que se nos vea la parte más caliente de nuestra piel, la que más sangre bombea.

Sí, justo la que piensas: Esa parte que muchos ofrecemos sin importar las consecuencias de tales vampiros.

Abrir los ojos duele, pero dura poco tiempo, exactamente el que nosotros decidamos. Horas, segundos, días, tal vez una noche...lo que tú y sólo tú decidas. Aparta a la gente tóxica de tu vida y evita los momentos mortales para tus emociones, antes de que se lleven las cosas más valiosas que tienes: tu vida y tu libertad.



" Ser guerrero no es ser perfecto, o salir victorioso, o ser invulnerable.
El guerrero es totalmente frágil, es su único coraje." (El guerrero pacífico)

Luciérnagas

"Las luciérnagas tenían prisa, acostumbradas a llevar parte del universo a la tierra, esa noche se habían quedado dormidas. Tal era el letargo que cargaban, que olvidaron la posición astral (pero terrestre) que tenían que tomar. También olvidaron las constelaciones que tenían que formar y los lienzos que, entre la hierba húmeda, debían trazar.

Nunca antes les había ocurrido tal suceso, pero gracias a su astucia desmedida, sabían que debían de permanecer unidas ante todo y nunca separarse. A pesar del estado onírico que les aturdía esa noche de Diciembre, sabían a la perfección quienes estaban a su lado y valoraban cada centímetro que había de las unas a las otras, aunque las separara: sólo por el importante hecho de estar juntas."

No toda distancia ni todo estado insomne significa olvido, al igual que no es necesaria la oscuridad para hallar luces que nos guíen y nos acompañen. Siempre que tengamos bien abiertos los ojos del pecho podremos encontrar lo que realmente nos llena y nos importa.

Es fácil abrir los ojos, pero lo difícil es observar y sentir lo realmente hermoso que nos rodea...aunque sean luces diminutas.

A-mar (Parte 2)

Nació como todas las cosas: con desesperación, dolor, llanto, amor. Los infinitos contrastes de su pelo y su piel que palidecían ante la Luna llena cuando aprendió a respirar, llenando cada poro de todo lo que le rodeaba. Una pequeña marca roja en su mejilla la hizo diferente del cualquier otro bebé, quedando bautizada como la niña de fuego. Mientras que otros albergaban sonrisas, hoyuelos o alguna lágrima, la niña de fuego quedó marcada de por vida de esa manera tan caprichosa de la naturaleza.

Desde bien pequeña se refugió entre el calor de su perro Lobo, su fiel compañero, que para ella era más una bestia gigante aunque ambos contaran sus años casi desde su nacimiento. No sólo llegaban a compartir juegos, babas y caricias, compartieron algo tan profundo e invisible que nadie podía entenderlo, y tampoco les importaba eso.

La niña de fuego junto con Lobo descubrió el tacto de la hierba de los prados que le rodeaban, el dolor de cuando tropezaba con alguna piedra o por querer correr más de lo que el viento le permitía, las caricias de los besos de Lobo lamiendo sus heridas y sus ojos, mitigando de esta manera cualquier rastro de sentimiento oscuro en su persona para que volviera a sonreír y le abrazara o acariciara su mullido pelo.

Los años transcurrían aumentando a pedradas y golpes los huesos de la niña de fuego. Había cosas que Lobo no podía evitar. El sabor a hierro de sus labios podía apartarlo de una caricia pero su pequeño corazón de brasas comenzaba a tener cada vez más y más oxígeno a medida que era consciente de todo cuanto le rodeaba. Los niños temían acercarse a la niña, debido al temor a su fiel compañero, pero ella ignoraba este hecho ya que nadie podría igualar la compañía, el cuidado y mucho menos su belleza. En muchas ocasiones se perdían entre los árboles en su permanente juego de perseguir cualquier insecto con más de seis patas al que poder destrozar su secreto: dónde estaba su hogar. Cuando por fin era descubierto y su curiosidad quedaba satisfecha, la niña de fuego y Lobo se tumbaban en el suelo, mientras que ella le explicaba a los ignorantes oídos -pero desarrollados- de Lobo cómo se formaban las nubes, repasando las siluetas con su dedo índice, mientras que con la otra mano acariciaba el pelaje negro y marrón de su amigo. Cuando éste empezaba a roncar, ella lo abrazaba y notaba como su cabeza se levantaba y bajaba al ritmo de la respiración de Lobo, lo que le provocaba una sonrisa silenciosa: No quería despertarlo.

Como sus padres le regañaban mucho cuando llevaba animales vivos entre sus manos cuidadosamente recogidos (ratones, hormigas, pájaros aún pequeños...) encontró a un adulto que podría valorar sus hazañas y hallazgos más inocentes: su abuelo. Un hombre no tan mayor pero que el brillo del sol en su amplia frente delata como a alguien sabio. La niña de fuego llevaba sus tesoros a su abuelo y siempre los recibía con una amplia sonrisa pero siempre le decía lo mismo para que cada animal fuera devuelto a su hogar, que ella sabía dónde estaba por todos los años que estuvo persiguiéndolos.

"Si amas algo o a alguien, podrás tenerlo entre tus manos un tiempo limitado, pero jamás encerrado o preso en un lugar donde no quiera estar. Por eso hay que dejarlo siempre libre para que vuelva a ti cuando quiera. Ve, es hora de que vuelva a casa. Y nosotros también."

La niña de fuego se apagaba cuando tocaba dejar a su tesoro en su hogar, pero observarlo desde lejos volvía a encenderla de nuevo y hacía que volviera a casa -siempre con Lobo a su lado- con una amplia sonrisa y cosquillas en su vientre. En la puerta le esperaba su recompensa: el abrazo de oso de su abuelo y unas cuantas historias del pasado mientras comían junto al calor de la chimenea.




               Continuará...



La celda.

Cuatro barrotes tiene la celda:
Separados y endebles,
navegan y vuelan
dependiendo del aire
que llega de fuera.    

Tempestades pasaron
al acariciar tus piernas,
que se abrían o cerraban
como tijeras
cuando escuchaban
tus palabras.

-Como cantos mudos
de sirena-     
     
Aún se siguen moviendo
cuando alguien abre la puerta.

Cuatro paredes tiene la celda:
Marchitas, oxidadas y negras.

Espías de soledad desierta,
amurallada evitando toda tierra
que derraman tu voz podrida
con palabras muertas.

-Para tu pecho se quedan-

Cuatro muros tiene la celda:
Evitando las sombras
de tus tinieblas.

Vacío Rojo

"¿Cuántas veces, con el semblante de la devoción y la apariencia de acciones piadosas, engañamos al diablo mismo?" (cita de Hamlet)

Bajaba casi desnudo por las escaleras de piedra. Deformes, asimétricas. Sus pies helados le avisaban que, o terminaba pronto aquel recorrido descendente, o caería rodando. Con una sola capa de tela que cubría su cuerpo iba encogido de hombros tiritanto. A su lado, un joven con cara angelical y mejor apariencia le acompaña en ese camino desconcertante. Mientras, el joven, le explicaba cada centímetro de lo que tenían a su alrededor: Absolutamente nada, todo desierto.

Conforme iban descendiendo las solitarias escaleras eternas, sus ojos iban divisando formas grises de montañas pequeñas que rodeaban un acantilado del cual asomaban unas llamas de fuego tales que alumbraban todo mejor a medida que iban acercándose. También, entre tanta ceniza, pudo contemplar una pequeña caseta, como si fuera un bar de playa, en la cual había un joven vestido de oscuro y que estaba de frente a una interminable cola de jóvenes bastante sucios, con la única vestimenta de unos trapos viejos que tapaban la entrepierna.
Para su asomo y sorpresa de su cansancio, terminaron ese último escalón que parecía ser infinito. El joven que le acompañaba le señaló que deberían de ir hasta esa cola. Él lo hizo sin rechistar y sin temblar, ya sentía el calor del acantilado.

Se acercaron hasta esa interminable fila de hormigas ¿humanas?. Abrió los ojos asombrado al contemplar que esas personas, llevaban detrás de sus cuerpos un trozo grueso de madera, que les atravesaba la espalda de manera horizontal e iba atado de muñeca izquierda hasta muñeca derecha; quedando sus cuerpos en forma de cruz. Preguntó a su acompañante: ¿Por qué se liberan una mano y meten fotos de personas en esa pequeña jaula de finos palillos a medida que van avanzando en la cola?. A lo que el joven lo miró de reojo, con una leve sonrisa en la comisura de sus labios y contestó: Piensan que de esa manera el amor que sienten por ellos siempre quedará cerrado por siglos, intacto.

Horrorizado, anduvo con paso ligero desde el último de la cola hasta el primero para comprobar que, lo que aquel fiel portero de esa caseta les entregaba a esa multitud, eran tres clavos pequeños.
Recorrió el mismo camino de vuelta hacia su acompañante y le dijo: ¡Vámonos de aquí!. Cuando fue a agarrarle la mano se encontró con que ya estaban lejos de aquella fila y se acercaban hacia aquellas montañas grises. Era ceniza acumulada, en forma puntiaguda hacia el cielo.
En un intento desesperado de intentar comprender todo fue esquivando aquellas montañas de mil tamaños comprobando que desde lo más alto del cielo iban cayendo aquellas personas que había visto antes. Al vacío, sin gritos ni lamentos, sólo envueltos en llamas. Sometidos a aquellas resignación y totalmente crucificados.

Aulló fuerte, y al girar su nariz se dio de bruces con un ser inmenso, de color dorado y granate, que emanaba un hedor propio del azufre. Boquiabierto, fue levantando la vista mientras retrocedía en pasos pequeños, y contempló su gran pecho, sus grandes hombros y unos cuernos que ardían más que el acantilado.

Al mirar su cara no sólo miró una cara deforme, sino que pudo reconocerse a sí mismo.

Aquel lugar, por siempre, había sido su hogar.

A-mar

Le enseñaron a amar la lluvia como sólo a un hijo se puede amar: hasta la locura y sin condiciones. Su madre le acunó desde pequeño por las noches de Octubre ante la luz de su ventana, mientras sonaba el sonido de la lluvia. No existían canciones de cuna que pudieran tranquilizar su llanto como el de las frías gotas cayendo ferozmente contra el suelo de otoño. Le inculcaron amar de verdad la lluvia, porque era necesario, propio, oportuno y muchos adjetivos más que no entendía en edad temprana; pero la amaba sin entender siquiera lo que era amar.

Desde pequeño todos se asombraban cuando relacionaba todo con la lluvia: "me llueven los ojos", "llueve por el grifo"... Nadie entendía su amor por los elementos, en especial por ese, si "sólo es agua." Incluso pensaba que su madre recogía el agua de la calle para llenarle el biberón que luego pediría insistentemente, sin sed alguna, sólo por el placer de ver si había algo nadando como pececillos dentro de aquel bote traslúcido.

Esos términos de los que le hablaban los adultos eran más las palabras que sus dedos empezaban a escribir antes que sentir aunque lo necesario  -propio, oportuno y muchos adjetivos- hubiera sido que, como niño, su cuerpo experimentara todos los sentimientos y sensaciones posibles con sólo abrir los ojos y poner en funcionamiento todos sus sentidos que empezaban a florecer.

Cuando cumplió unos años podía quedarse horas pegado al cristal de la ventana de cualquier lugar mientras observaba cada gota caer e intentaba contar el número de ellas pero siempre perdía la cuenta. Realmente quería saber todo lo que ocurría y por qué, cómo y dónde, cuándo y si era obra de algún ser extraño. En el colegio no le daban todas las respuestas y olvidaba que había otros niños a su alrededor con más o menos ganas de aprender que él. A veces su profesora no sabía qué contestarle ante las preguntas no tan propias de su edad.

Aprendió el significado de muchas palabras por tanta pregunta, hasta que su padre le dio un libro pesado "Lee y descúbrelo tú mismo." Al abrir ese libro pesado -que luego resultaría ser de aire- comprobó con palabras de tinta lo que era la lluvia, su origen, los beneficios de ella y, pobre de él, pensó que su curiosidad quedaría satisfecha. Se enfadó consigo mismo y con el techo de su habitación por traerle tantas preguntas a la cabeza. También se ayudó de sus imparables preguntas del por qué del Todo, del origen de Todo. De esta entrañable manera obligó a todos los adultos que le rodeaban a ayudarle en su tarea de descubrir en libros sus más inquietantes respuestas a Todo. Obviamente, alguien tendría que ayudarle a entender muchas cosas que en esos libros aparecía y que no llegaba a comprender del todo bien.

El estar enterrado entre libros fue su niñez, investigando palmo a palmo el significado de la lluvia, del agua, del aire, de los relámpagos, el fuego, los huracanes...y todo esto le llevaría a la segunda parte que le inquietaba: las reacciones del mundo que le rodeaba ante estas acciones que estaba aprendiendo, sin darse cuenta -en un principio- que su primer gran descubrimiento fue el saber lo que era el Amor. Amor por los libros, la curiosidad, la sabiduría, las palabras, lo oculto, lo que nadie se pregunta, Amor por conocer su mundo antes de aprender a vivirlo.

Quería estar bien preparado.

 
 
 
Continuará...

Mendicidad estrellada.

Se lo llevó el aire para sí, que la tierra era pequeña para sus inquietos pies y tenía que hacer nubes para que lloviera en su ausencia, para que le recordara siempre. Volar siempre estuvo subestimado si de vivir se refiere. Aunque le pintaran los ojos de barro al nacer le veía el oro que le salía entre las pupilas pero al portador nunca se le dieron bien los pequeños detalles porque el mundo giraba tan deprisa que no quería pararse, porque podría caerse y romper todo su mundo. Le agotaba tanto su planeta...

De nada le valían las formas imperfectas, ni los tembleques de pestañas en las muñecas o del cuello, ni aferrarse al volcán de su silencio, ni a las notas de los pianos que inventaron naranjas y amarillos en el fondo de su habitación a oscuras en aras del amanecer. Cada risa, cada beso que machacaron palabras huecas inciertas de sandeces oportunas que parecían creíbles a sus oídos y a su pecho...todo eso esfumado en el aire que se lo llevó fuera de jaulas de sentimientos hechas trizas. Su pecho antes de acero consiguió llegar a la temperatura que él buscaba para ese preciso instante, justo para derretirse y formarse de nuevo en hielo cuando le precisara. Sus labios palidecían a la par que escondían regalos, se enfurecían llenos de rabia y agotaban las pilas de la energía. Es que realmente le agotaba...

Decidió entre lágrimas y risas que era mejor quedarse con las zarzas del pecho e imaginar hasta el infinito de todos los planetas y todas las estrellas espías, que así no duraría tanto.


"Devuélveme todo lo que te quise: no quedé satisfecha."

Antiprincesas

Soy antiprincesas radical, lo confieso.

Vivimos en una sociedad en la cual sólo hay princesas e incluso mujeres que se autoproclaman así, como si fuera eso todo lo que tienen que ser. Recordando como eran y siguen siendo las princesas de los cuentos y películas una se da cuenta de que todas son guapas, delgadas, de piel suave, sonrisa perfecta, todo perfecto. Viven por y para su príncipe y si se salen de alguna regla preestablecida llega el valiente príncipe o guerrero e intenta someterla a su santa voluntad y darle lo que él realmente espera o cree que quieren: casarse, tener hijos, vivir por y para su familia y una eternidad
de sandeces que provocan colapsos cerebrales.

Desde pequeños nos dicen que así son las princesas: perfectos floreros pero, ojo, que hay que respetar. Eso no lo sabemos llevar a la realidad a veces porque algunos se quedan en guerreros o príncipes chabacanos dignos de una tormenta de piedras y gargajos.
La idea que instauran desde que nacemos es que el hombre siempre rescata a la mujer, le saca de su monotonía o de su calvario. Me quedaré con las ganas de ver que es al revés.

Tenemos inconscientemente casi siempre la idea de que el hombre no puede ser un torpe de físico perfecto y que la mujer es una guerrera o una princesa valiente sin títulos ni historias, que no le vale más que su fuerza y su autonomía y que ella elige cómo cuándo dónde y por qué de su vida. Que no necesita un hombre a su lado ni para abrir un tarro o colgar un cuadro, que puede ser libre de elegir lo que realmente quiera.

Cuando tenga esa libertad de elegir su amor podrá ser real independientemente de la raza, sexo, títulos o dones. Y si no quiere amor, que no lo tenga. Y si quiere tener diez mil en una noche que los tenga, sin importar un carajo que la llamen despectivamente (los que aún no saben ni amar) en vez de por su nombre.

Pero la mayoría piensan que hay que conformarse con las migajas de machismo social que durante siglos hay hasta en los libros.
¿Por qué no podría haber sido el bello y la bestia? ¿por qué no Blancanieves
pudo ser feliz fuera de envidias viviendo con sus enanos? ¿Por qué Aladdin no era príncipe y Jasmine la vagabunda? En éste último caso ya habría alguien que pensaría "qué lista la tía...lo quería por el dinero".
Porque somos así, somos así de catetos.

Pero seguimos regalándole a las niñas carritos y bebés que lloran para que los consuelen sus manos pequeñas; a los niños coches y balones. Ahí ahí: estableciendo y condicionando su libertad futura.

Por eso soy antiprincesas. Soy proguerreras: las que pelean por sus sueños, las que son felices por ellas mismas, las que sonríen aunque tengan los ojos llenos de arena, las que pegan un golpe a la mesa cuando no pueden más, las que ríen o lloran con la misma intensidad, las que sienten en cada centímetro de su piel cada sentimiento propio o ajeno, las que no tienen espadas pero tienen fuerza valentía coraje rabia instinto y cada sentido agudizado que les permite sonreírle a la vida y disfrutar de cada momento.


Para mis guerreras.
Siempre bellas, luchadoras y con un par.

CH4

He viajado detrás de los coches huyendo de estas calles sin contar con las miles de rotondas que me volvían a traer de vuelta al mismo lugar. Qué suerte la mía, andar con la carrocería desgastada y el alma vacía. El tiempo que se espere, que le jodan un rato, si para lo que te quiero no hay lamento: sólo quiero jugar a un juego.

Vamos a quemar los papeles de los tequieros (en los que me querías tantísimo que faltan vocales y bocas pero sobraban babas), los sentimientos ajenos de cortar y pegar:

Regla número 1- Cortar venas sin que sangren.
Regla número 2- Arrancar a golpes la rabia.
Regla número 3- No respirar.
Regla número 4- No sentir.
Regla número 5- No tener miedo.
Regla número 6- Aguantar las lágrimas.
Regla número 7- Sin despedidas.
Regla número 8- Contener el odio.
Regla número 9- No cruzar palabras.
Regla número 10- Dejar de temblar.


He construido un fuerte para un pecho destruido; no tuyo, mi querido rey de todos los ombligos inoportunos. Ahí estaremos seguros para nuestra diversión. No intentes gritar; nadie te escucha. No intentes huir; los muros no son flexibles. Son de luz que se traga cada trozo de oscuridad y todo lo que alcanza.

-¡Atea! -me maldicen detrás de la fachada- ¡que ni en ti misma crees!

Agachar la cabeza y no perder la cuenta de los baches que hay a tus pies está mal visto, penado, juzgado, desfasado y hundido. Si intentas levantar la cabeza te la cortarán, aunque no me hagas mucho caso, hace tiempo que la perdí y no la he vuelto a ver. No te preocupes, antes de ti yacieron miles, gritaban las mismas promesas que a los tímpanos hacen sangrar y aquí siguen presente sus cadáveres. Ten cuidado, no te vayas a caer.

Perdón, estoy hablando demasiado.

 
 
Ven conmigo, ¡CUIDADO! 
A veces la sangre escurre demasiado.






Deja que te diga.

Volvía en días alternos y, como esos, hacía con mi cuerpo. Ya ni mío era más suyo que de cualquier otro. Él pensaba que era otro día más, que pagando con versos mal rimados (porque yo era la de la lírica) podría tener lo que deseaba. Soplaba humo a los oídos que se encontraba esperando ser correspondido -eso quería pensar-. Mientras me poseía jamás dejé de mirarle a los ojos -aunque él los cerrara-, jamás dejé de olerlo -aunque estuviera resfriada-, jamás dejé de acariciarlo -aunque me temblaran las manos o él las apartara-. 

"Déjame que te diga
que a veces no te sueño,
Te pienso, 
me sublevo a tu recuerdo.

Déjame que te diga
lo zorra que es la vida
y con ella, 
mi único deseo de sentirte dentro, 
en el fondo de estos momentos
en los que tú y yo somos uno.
Nadie más está invitado 
a este entierro;

el de morir por ti,
reventar por dentro."

Me repetía poemas destrozados en versos que nadie entendía, con el puro sentimiento de no poder repetirle nada más allá de lo prescrito. Mi condición de vida nunca le supuso una molestia, ni aunque estuviera abatida por el cansancio. A veces sólo me pedía que durmiera encima de su hombro y descansara, otras veces sólo me miraba en silencio y me contaba su diario de vida. Yo le miraba atontada, sin escucharle, observando las arrugas en su cara y sus gestos; memorizando cualquier movimiento absurdo que hiciera. Y siempre el mismo pago a la salida: el desprecio. Pero yo sólo recordaba los versos del principio, las caladas de mierda del principio -que me sabían a más allá de la gloria- que se desvanecían como humo en la tormenta. 

"Orgulloso de mierda.
Despreciable ser.
Ojalá te reviente todo.
Te odio.
Qué asco me das.
No me hables más.
No vengas más a verme.
Loco."

A pesar de repetir eso en mi cabeza en las noches alternadas seguía buscando esos recuerdos: a veces los buenos, a veces los malos: en pequeñas dosis para que nada fuera distinto a la realidad. Es esa magia que rodea a una persona a la que amas igual que la odias. Ese te odio pero lo besas, ese te quiero amargo amargado en su propia esencia que te arranca las entrañas. 

Seguían pasando los días y los fantasmas, todos me amaban con locura pero nadie pagaba con palabras tiernas y amargas. Jamás volvió, ni lo deseé... -mentira-. Me convertí en un fantasma como él quería, como los que están ahí aunque nadie les vea ni les sienta, pero se nota que respiran cuando cambia el aire de temperatura o gritan. 

"He destruido mi amor por ti."

Día 29: Mediodía

Mientras doblada ayer el papel transparente que muy generosamente abundan en las bandejas de carne y demás repostería cárnica (qué manía de despilfarrar), escuché un ruido que venía del salón. Ni mis miles de animales ni mis antenas auditivas bien sintonizas pudieron haberlo sentído antes. Me enrabian estas cosas, oye. Total, que fui para allá y estaba sentado (y bien sentado) Gabriel García Márquez.

Para una, tener tal hombre de Nobel en su humilde establo, le produce una alegría infernal. Me tiré para él para darle un abrazo campechano (como el Juancar) con palma de mano bien abierta y golpes firmes en el lomo.

Con tal mala suerte de que le tiré la bebida encima así que, con un humor un poco raro, se levantó y me dijo con un tono más elevado de lo que estiman las autoridades: "EL AMOR ES ETERNO MIENTRAS DURA."

Mira, me sentó fatal, aunque razón no le faltaba. Me eché hacia atrás, como si me quemase el tío mala leche y noté que en realidad le estaba molestando. No sé si bien era porque le estaba tapando la tele, por haberle manchado, por todo en general o porque era nuevo en esto de la otra dimensión.

Le iba a avisar de que tenía todo el mostacho como un peluche mojado, pero me aguanté. ¡Con lo que yo lo admiro!

Pero, eso sí, antes de volverme a la cocina intenté poner una cara interesante y seria para que le calara hondo lo que tenía que decirle, pero sólo me salió decirle con tristeza: Gabriel José, ahora sí que vas a saber lo que son cien años de soledad, y unos poquitos más.

Me miró sin decir nada, pero por la cara que tenía se había quedado más pensando en sus putas tristes.






(D.E.P. Maestro.)

Textos rescatados Vol. 1

Sentía el frío de las tejas rojizas en sus pies y el calor en sus sienes. En su pecho. Le daba exactamente igual el pelo en la cara (el que siempre le escondían de pequeña detrás de las orejas, mientras que pensaba: ¿para qué? ¡Si aún no me han hecho los agujeros en las orejas!).

La brisa era tan cálida y tan áspera, que los labios los tenía blancos por la sequedad que respiraba. Llenaba sus pulmones de aire cada vez más, para ver si le explotaban. "Bonito que lo voy a dejar todo." -pensaba.

Nunca le dijo a nadie su guarida -llena de sombras, reflejos, murmullos y hierbas aromáticas con un ligero toque a putrefacto-.

Con sus manos se recogía las rodillas ("no vaya a ser que me las roben") y, mientras, sin saberlo, contemplaba el cielo plagado de estrellas. Pensaba y pensaba y el calor en sus sienes aumentaba a medida que disminuía el de la madrugada. Llegó a la conclusión de que ésta no era la época que quería vivir. Desnudó sus rodillas. Sonrió.

Sonó un leve silbido de aire.

Silencio.


Adiós niña de porcelana.

Y ahora...¿qué?


Pasas un buen rato pensando cosas que escribir: redactando poemas, prosa y pura verborrea en la cabeza durante un rato mientras observas cualquier cosa absurda que hay alrededor de ti, para luego llegar delante de un papel o una pantalla, con todas tus ganas de escribir lo que has estado pensando durante todas esas ¿horas?... Y nada, no sabe absolutamente nada.


Te quedas más en blanco que el fondo en el que escribes. Y, tontamente, te acuerdas de aquellos primeros amores que se ven por primera vez, tímidos, que tienen miedo a rozarse o a mirarse a los ojos directamente y que si, por casualidad del destino, se rozan, dan un brinco como si les hubieran lastimado. Esos que observaste de pequeña, en un vigésimo plano y, fíjate qué imbécil, ahora te acuerdas de eso. De la niña de pecas y el niño rellenito que se querían, y querían decirse tanto que ni uno ni otro se atrevía.

 
Desde bien pequeña aprendes a observar a los demás: Cómo actúan, cómo hablan, cómo gesticulan sus cejas dependiendo de lo que hablen, las caricias que le dan al aire (o las tortas)… De lejos, siempre de lejos, pensando: “¡qué tontos! ¡qué tímidos!”. Y te olvidas que la que está escondida mirándolos eres tú.


…te acuerdas de esas carreras que dabas con tu abuelo detrás de ti caminando, diciendo que te pillaba, que te pillaba, pero él iba lento, porque no quería que tropezaras con la torpeza de la niñez. O del olor de los mercados de tu tierra. O de cómo observabas los brotes de las plantas creciendo en el parque o de las amapolas en el campo. O de cómo mirabas a las hormigas llevándose las migas o alpiste que le echabas, para que no tuvieran que trabajar tanto y estuvieran bien alimentadas durante el invierno. O de la primera vez que viste de lejos a tu primer amor, ese que pensamos que será para toda la vida y resulta ser un sapo viejo. Del primer beso que viste, y te dio asco.

 

Cuando te das cuenta que ya no tienes apenas qué observar, sino que tus movimientos están controlados por una monotonía casi programada, que sabes perfectamente que si haces A obtendrás B, que si miras los ojos color miel de tu perra Brida se achinan, e inmediatamente moverá el rabo con orejas gachas y piensas: “Joder, nena, nos hacemos mayores, y no quiero. Pero a ti sí. Infinito.”. Y ella va hacia a ti y te da con la cabeza para que la toques, simplemente. Ahí no hacen falta las palabras.

 

Cuando te das cuenta de que las buenas noticias de los amigos que aún están más lejos de tus ojos que cuando eras niña, las sientes más cerca que nunca, te alegran los días; piensas: ¿Esto es la felicidad? ¿La felicidad es la ausencia de malas noticias? ¿El no tener que esconderse para observar la felicidad de los demás sino que ella recurra a ti en forma de voces familiares y amadas?

 

Pues supongo que sí.

 

Y ya tan sólo para sonreír tienes que acordarte de la amiga con la que has compartido tanto y tanto que te llamó hace unas horas estando feliz, diciendo que van a buscar su segundo hijo. Del amigo que pronto hará el Camino de Santiago en su empeño de vivir de todo. Mientras escribes o estudias escuchas a Ludovico y recuerdas aquél amigo que te dijo que quería enamorarse de una pianista. Del otro amigo que le ha salido un examen bien después de haber estado estudiando mucho y que ya tiene la cicatriz mucho mejor. Del otro amigo que se siente mal y necesita cambiar su vida y en una llamada decide que el lunes va a cambiar, que va a hacer boxeo. Ese deporte que ya no podrás practicar jamás. De la amiga que nunca has visto excepto en fotos y que se compra una casa nueva, y te manda fotos de la reforma para decirte los cambios que va a hacer, con toda la ilusión del mundo. De aquella persona que recuerdas desde la niñez y apenas has visto en persona, pero que te anima a que sigas escribiendo, porque le encanta Escalofrida. De aquella amiga que se casa pronto con el amor de su vida y te envía una foto con la invitación para ti, que llegará pronto al buzón, desde la otra punta de España, que ya no hablas tanto con ella como antes, pero la sigues queriendo igual. Del hermano que te dice que te quiere por escrito, pero luego no se atreve a decírtelo a la cara, porque no nos acostumbraron a eso. Del padre que te llama para ver si has cenado y si te duele aún el estómago. De los besos de bendecir la comida o la cena: “Amén” (pero sin tilde) y de los abrazos por la espalda. De la madre que te llama para contarte una historia triste y decirte que el dolor que sientes se aliviará, que ha preguntado a otro médico. De la vieja amiga que te llama después de mucho tiempo y no paras de reírte con ella recordando viejas cosas o añadiendo nuevas a la memoria. De la tita que te pregunta cada día cómo estás y que te da ánimos y manda millones de besos. De la amiga que te pregunta cada día cómo ha ido la mañana o la tarde y que si estás mal se presenta a tu lado en menos de lo esperado y te hace sonreír haciendo el tonto con tus perros. De aquél amigo que nunca has visto en persona y que te cuenta que se le pegan siempre las mujeres más difíciles y se culpa a sí mismo de que eso le ocurra. O de la amiga que tampoco has visto nunca en persona y te escribe casi a diario desde nada más y nada menos que desde Méjico, contándote lo que le ocurre en su día a día o sucesos que ocurren en su ciudad...

 

Pero todo esto: casi siempre desde la lejanía. Es lo que tienen los recuerdos. Antes todo eso lo veía a través de mis ojos: todos esos sentimientos que se agitaban alrededor del mundo pero ya todo se convierten en palabras y, en vez de recordar esos momentos en amarillos, rojos, azules, grises, blancos… ya sólo recuerdas las letras, las palabras o las imágenes disecadas.

 

¿Quizás ha llegado el momento de mirar los colores que una lleva dentro y “desconectar” de tanta palabra?

 

 

Y ésta es Escalofrida, la de las palabras y los diálogos, que tiene ganas de verlo todo a color, a colores...a infinitos colores que se mueven y acarician el aire como les da la puta gana, sin que nadie les corrija.

Día 28 (mismo): Mañana


¡Cucha! Que el otro día llamaron a la puerta y, yo pensando que era el cartero miedica que pregunta doce mil millones de veces si tengo a los perros encerrados (¡qué manía, oye, con encerrarlos!), me lié a apartarlos del camino que lleva a la puerta como si estuviera en el Amazonas pero sin hacha ni nada, para luego resultar ser Adolfo Suárez. Pues nada, ¿qué iba a hacer?, lo invité a entrar que vaya carita tenía el pobre.

Le puse un cafelito a ver si se le entonaba el cuerpo y la cara, que parecía un conejo atropellado. Se puso a hacer ese ruido constante a la par que molesto con la cucharilla moviendo el café. Por un momento pensé que iba a crear un agujero negro dentro de la taza y nos iba a tragar a todos. Venga y venga a moverlo... tíntíntíntíntín... Hasta que le dije: A ver, ¿me vas a contar qué te pasa? Deja la cucharita, hombre...

Levantó los ojos, que no la cabeza y con un pesar en la voz dijo: "Pues que le han puesto mi nombre al aeropuerto de Barajas,(tíntíntíntín) o eso dicen, (tíntíntíntín) y digo yo que podrían dárselo (tíntíntíntín) a Carrero Blanco que creo recordar que él tenía un curso del INEM de esos de vuelo sin motor, con Cum Laudem por la Universidad de Masachuses (tíntíntíntín). Y con el dinero que cuesta, ya podrían (tíntíntíntín) invertirlo en educación, sanidad, (tíntíntíntín)...que eso sí que sería democracia...(tíntíntíntín)"

Pegué tal suspiro que le enfrié el café de momento.

Le respondí: ¿Por qué no te echas un rato y descansas en paz? ¡Y deja la cucharita, por dios!

Mañana, otro día será.

Día: Yo que sé...uno cualquiera.

 
A pesar de haberme mudado de casa, mis amigos cansinos que temporalmente aparecen para recordarme que me he dejado la tapa levantada, el gas puesto o los platos sin fregar, me siguen a donde quiera que vaya. Cansinos, sí, pero curiosos a lo que en cuestión de limpieza se refiere.
Total, que a algunos a veces los llamo a voces para que me ayuden a hacer algo, que son una bonita panda de manteníos y perrosmuertos.

El único que ayuda sin que le avise una verdulera de mi calibre es Cervantes. Angelico mío, ¡lo que da de sí con una manica sólo! Y, ojo, que le cunde. Tomad nota, hombres de dios... que vaya telita tienen algunos.

Bueno, a lo que iba. El otro día estaba fregando el suelo (Cervantes no puede porque dime tú a ver cómo estruja el mocho) y, toma, otro mantenido más. ¿sabes quién era? Obviamente no, pues yo te lo digo: El mismísimo Jose María Ruiz Gallardón. Vaya, como te lo cuento. El hijo no, el padre de esa criaturica del señor que no sé como no lo abort... Que, digo yo, es una penica que a ese hombre nadie le depile las cejas.

Bueno, que me lío. Que se plantó allí el señor con esas gafonas como pantallas de tele vieja (con bichos pegados incluídos) y se pone a rebuscar en la nevera. Y le dije, claramente: ¡Chst! ¡Oiga! ¡Ni permiso ni ná que me pide, ¿no? ¡Qué poca vergüenza!
Y el viejales viene para mí y me suelta: "Con esto y un bizcocho, ésta noche me emborracho". Así iría que ni cuenta se dio de que llevaba una botella de mosto (Puntal, por cierto, buenísimo) y le dije: ¡Pues con esa botella vas mal, Chemita!


Miró la botella, me miró, volvió a mirarla como diciendo nopuedeserverdadqueseatanimbécil y yo pensando sijomíoerestontohastadecirbasta y se puso a refunfuñar mirándome hablando no se qué del aborto, de su hijo...mientras me miraba con cara de asco y de arriba hacia abajo. Se conoce que si al mirar con cara de asco y no miras de arriba hacia abajo a alguien no causa el mismo efecto tan demoledor.

Pues al final nada, que se llevó un fregonazo en todo el lomo. No porque dijera nada del aborto ni nada, que yo soy una mujer católica apostólica romana a la par que elegante y lo que diga la iglesia me lo paso por... lo aplaudo como si no hubiera un mañana, sino porque odio que me pisen lo fregao, oye. Tomad nota de esto también, hombres de dios.

Enamórate de un chico que lea.

No lo conocerás seguramente en una discoteca por la mandíbula desencajada o apestando a alcohol. Un chico que lee puede divertirse con una partida de cartas con amigos, una buena película o un buen libro. La soledad no es un problema para un hombre que lee, porque ellos sienten suyas cada palabra escrita, aprenden de cada párrafo y acarician cada libro como si fuera el último que tendrán en sus manos. Conviértete en su libro preferido y que quiera leerte cada día.

Conocerás a un hombre que lee en cafeterías, en reuniones de amigos, en el trabajo, o por algún amigo o amiga en común. Lo reconocerás porque puede que tenga gafas (el hecho de leer tanto...ya se sabe) o no (la genética...ya se sabe), también porque al hablar oigas en su voz unas palabras firmes y bien almacenadas y maceradas dentro de su cerebro durante mucho tiempo unido a una cultura actualizada día tras día. Lo reconocerás por su seguridad, por su buena educación y por sus detalles.

Enamórate de un chico que lee, porque siempre tendrá algo que enseñarte, algo que decirte, te enamorará en la distancia y, con pocas palabras, hará que recuerdes un momento feliz pasado. Enamórate de un chico que lee porque podrás aprender algo nuevo cada día, porque no gastará tiempo en mirarse al espejo durante horas o ir al gimnasio durante interminables horas, porque te llevará a sitios donde nunca has estado con sólo una palabra. Podrá recitarte a Bécquer, Neruda, con la misma suavidad del terciopelo.

Te sentirás como una persona amada en cada momento. No sólo te hará regalos en fechas señaladas, sino cuando le de la gana. Irá caminando por la calle inventando poemas en su cabeza para ti y verá algo que le guste...o si no, lo fabricará con sus manos. A veces pueden ser tímidos, a veces podrán estar serios, pero siempre podrás estar segura de que el amor que siente por ti no se lo arrebatará nadie, ni el mejor de los libros.

Enamorarse de un chico que lee no es difícil, pero convertirse en su libro preferido puede que lo sea. Estos hombres no necesitan tanto como podemos imaginar. Amor, cariño, respeto, comprensión... es algo básico en cada pareja. Algo que tiene que haber, se lea o no. Pero siempre hay que estar preparada para ellos: porque te pueden sorprender cuando menos te lo esperes.

Anímalo, escúchalo y formad una unión recíproca con un cariño extremo y una comprensión única. Un hombre que lee, también sabe escuchar. Quizá tú seas una chica que no ha tenido mucha suerte en el amor pero, puedes estar segura de que él, te cerrará las heridas a besos cada día y jamás te faltará un abrazo o un hombro en el que llorar o apoyarte y si ves que no puedes más, te llevará corriendo al aire libre y mientras gritas o corres, él sonreirá y su fuerza será la tuya. Y la tuya, de él.

No tengas nunca  miedo de sentirte infravalorada, porque un hombre que lee sabe que a todos los seres vivos hay que respetarlos y que hay palabras como los insultos que no están en su vocabulario. Y si algún día se enfada, sabrá qué palabras usar para no herirte, porque sabe que las heridas no se cierran fácilmente.

Para un hombre que lee es mucho más fácil hacerle cualquier regalo, no le hacen falta corbatas, colonias, etcétera; como regalos. Ellos saben apreciar y valorar un buen libro. Y dura muchísimo más tiempo. Y si está dedicado por ti, será el mayor tesoro del mundo.

Quizás algún día no quiera formar una familia con los procedimientos preestablecidos ya por la sociedad, y puede que no necesite ningún papel escrito ni ninguna celebración para demostrar que formáis uno parte del otro, pero si a ti te hace feliz, lo hará sin pensar. Pero no pienses que será una boda normal, habrá música que apenas nadie conoce y que dejará a todos atónitos, besará tus manos como nadie jamás lo ha hecho, las mejillas, los ojos, la frente, la cabeza... Besará tu cuerpo delante de todo el mundo sin nunca importarle el resto, se arrodillará cogiendo tu mano sin importarle tu vergüenza ni nada más, querrá a tu familia igual que a la suya; porque un hombre que lee, sabe de sobra que todo lo que a él le hace feliz, también le hace feliz a la persona que ama.


Tendréis animales de compañía, quizá gatos o perros...pero nunca pájaros o peces, puesto que un hombre que lee sabe que la libertad es la mayor de las virtudes y derechos que tenemos los seres vivos. No querrá tener a nadie atado, a ti tampoco. Será un amor en libertad, de los que sólo creías que había en las películas. Quizás a veces te despierte con notas por toda la casa, sintiendo cómo te duele la cara de sonreír, pero...bah, ya estarás acostumbrada. Los hombres que leen también saben apreciar otros artes como la música y, si por casualidad, también es músico, olvídate de escuchar la misma música siempre, porque un hombre que lee y que aprecia la música, siempre está buscando fuentes de inspiración nuevas. Y si él la crea, tendrás que afinar el oído y ser su crítica particular. Es decir, no te vas a aburrir jamás. Haga lo que haga.

Olvídate de que vuestros hijos tengan nombres corrientes. Un hombre que lee siempre tiene un amplio repertorio de nombres a los que recurrir en la memoria tras largos años de aprendizaje. Y por las noches correrás asustada a la habitación de tus hijos, quizá llamados Ratziel y Nereida, porque oyes mucho escándalo pero al abrir la puerta verás al hombre que lee casi disfrazado y haciendo mil gestos con el cuerpo llevando a vuestros hijos a otro mundo mientras les cuenta un cuento improvisado.

Un hombre que lee, siempre sabe qué hacer para que seas feliz, y tú le devolverás esa sonrisa siempre, porque te habrá enseñado a leer también, pero no con los ojos de la cara, sino con los del pecho. Que esos nunca mienten y ven más allá de las palabras.

Y, tú, chica que lee también, te mereces un hombre así. Uno que te haga siempre sonreír y nunca llorar. Pero si lo haces, ten siempre muy claro, que él estará ahí.
 
 
 
Para Adrián e Hixem.
Mis hombres que leen y escuchan. Os amo.