“¡Que
escribas!”
Esta frase
me la han repetido muchas veces y cada vez que la escuchaba sentía que mi mente
se bloqueaba. Sucede que todo tiene que llegar a su ritmo, no se puede forzar
nada. Dejar que la inspiración llegue sola, y ya decides tú si le haces caso o
la mandas a tomar por culo.
Como casi
todas las noches, los pájaros me avisan de que se acerca el amanecer, siempre a
las 5:30. Escucho sus cantares: - ¡Levanta,
idiota! ¡Escribe!
Normalmente
me quedo en la cama releyendo o viendo alguna serie desde el móvil para que me
entre sueño, pero hoy no. Hoy he pegado un bote de ella pese a haberme tomado
la medicación para dormir. Quizá debería de haberme quedado dando más vueltas
por las sábanas, como quien busca la lentilla perdida. Pues no, hoy pegué un
bote. Tenía la cabeza llena de historias, llena de parrafadas absurdas que me
venían a la cabeza. Para mí absurdas, para las escritoras que me siguen
seguramente sería lo más bello del mundo.
Sé que puedo
recitar poemas improvisados, o algunos famosos de memoria de Lorca o Neruda, o
algunos de Manolo Chinato, que no es tan conocido, pero, ¡cómo escribe el tío!
Lo siento,
no soy una escritora de belleza, más bien de contenedor. He tardado años en
darme cuenta que lo mío no son los versos libres pese a saber que la libertad
es lo mejor (o casi) del mundo. Lo mío no son las bellas historias narradas en
un espacio real y temporal. Lo mío son las canalladas, hablar mal, decir tacos,
cometer alguna falta de ortografía porque escribo con las prisas muchas veces y
ni me fijo si puse una tilde bien o si la coma estaba en el sitio que tenía que
estar. Perdón por haber tardado tanto tiempo en darme cuenta que los versos
llenos de belleza improvisados los muerdo entre los dientes cuando veo algo
bonito o voy escuchando música de cortarse las venas. Me niego a ser una
persona triste de versos llenos de vida; como si fueran llevándose ellas mi
alegría. Me quedo con los tacos, los insultos, la crudeza de mis vivencias o de
las que me cuentan, o de las que sueño y deseo no despertarme para saber cómo
acaban, por mucho que los pájaros me quieran levantar o el despertador suene a
toda hostia despertando a medio barrio. Ay, este barrio de lunáticos.
No es
momento para hablar de él…aunque sí de locura. De la mía propia, concretamente.
Que prefiero quedarme horas y horas mirando los ojos de mis perras o de mi gata
y pensando lo mucho que las amo, lo mucho que amo el césped mojado en mis pies
descalzos, o cocinar, oír música a toda leche con mis cascos con los ojos
cerrados mientras se me clava mi propio vello. Me niego a escribir para los
demás, total, no voy a ser famosa jamás ni lo pretendo. Siempre he escrito
pensando que, por un casual, algún biznieto quería conocerme, iba a tener
material suficiente como para decir: “-Joder, esta tía estaba loca.”.
¡Bendita
locura que de males te guarda!
He estado
años y años escribiendo lo que no me agradaba mucho para la aprobación de las
personas importantes de mi vida. De hecho, algunas cosas las releo ahora y me
da la risa. ¿En serio era así de parda?
“¡ESCRIBE!”
En serio,
vete a la mierda.